31 de octubre de 2010

Entre la ficción y la realidad (1a parte)

Ese día, parecía un Sábado cualquiera, no fui a trabajar ni a clases, el Sol estaba en lo alto del cielo y las nubes se ausentaron para dejarlo brillar, hacía un calor de 30° pero no así insoportable... cuando menos para mí. Ese día lo quise disfrutar solo, paseando y caminando en el centro de Monterrey, iría a la plaza de la Tecnología en la Avenida Morelos -que es mas paseo comercial que avenida- y de ahí a caminar hasta fundidora, cuando menos ése era el plan. Era temprano, quería caminar (y mucho), así que nada me impediría hacerlo.

Yo llegué por la entrada que da a la Macroplaza, se notaba que a pesar del clima de inseguridad la plaza Morelos estaba muy concurrida, eso me era de mucho agrado, ya que les mostraba a quien quiera que fuera, que no nos deprimimos y seguimos viviendo nuestras vidas cotidianas. Al pasar por debajo de los arcos noté a un Oficial de la policía regia que vestía su uniforme, chaleco antibalas y gorro reglamentarios y en su mano derecha sostenía un aparatito que miraba con frecuencia como si estuviera comprobando algo, además se notaba pálido, nervioso, ansioso, como si estuviera esperando algo, o como cuando estás haciendo vigía para que tus amigos puedan hacer algo.

Sí, se sintió feo, pero decidí pasarlo por alto, no quería estar cerca para averiguar de que se trataba. Continué mi camino por unos 200 metros mas, sorteando y evitando asustar a las palomas, esquivando a la gente y viboreando, hasta que de repente la gente empezó a correr, se escucharon detonaciones, el ambiente cambió de una tranquilidad cotidiana a un clima de caos y desorden. Yo solo me hinqué, no quería correr hacia el lado equivocado, estaba asustado, tenso, pero tranquilo, a la expectativa, buscando el origen de las detonaciones para poder alejarme de ellas y no lo contrario.

Mientras los dueños de los negocios bajaban las cortinas a como podían o simplemente se escondían dentro de sus negocios, una chava tropieza conmigo, el impacto no fue fuerte, ya que solo provocó que me hiciera un poco para atrás, pero ella dió un cuarto de vuelta en el aire para caer de lado sobre el hombro derecho, pero sin recibir mucho daño. Me le acerco para preguntarle si se encuentra bien, a lo que responde que sí. Ya solo se esuchaba a poca gente correr o gritar, eso me decía que la plaza se había vaciado en cuestión de segundos. Es en ese momento que algo me hace reaccionar y sudar frío, una mano se recarga en mi hombro. Levanté mi mirada con los ojos muy abiertos y llenos de miedo, pero al ver a donde me llevaba la mano, ví que tenía un guante de cuero puesto y mangas largas con camuflaje de bosque, continué mirando hacia arriba para ver quien era, pero para mi fortuna se trataba de un soldado, que portaba su uniforme completo, su casco, su chaleco antibalas verde solido y en su brazo izquierdo sostenía su rifle de asalto G3.

-¡¿Están bien?! tienen que irse de aquí!

me dijo el soldado. Esa voz directa, serena y pausada, pero a la vez con una extrema seriedad me hizo reaccionar.
-S-sí, ya vamos

Respondí y ayudé a levantarse a la mujer que se tropezó conmigo. Nos dirigimos rápidamente al callejón mas cercano para resguardarnos, fue en ese momento cuando se desató el infierno. Ráfagas continuas eran detonadas, las balas volaban y rebotaban con cada impacto fallido produciendo un chirrido característico. Me dí cuente de que las balas se dirigían en nuestra dirección de la plaza, ya que podía escuchar las balas pasar y rebotar cerca de donde corríamos, aunque muchas otras impactaban en un lugar separado, seguramente le disparaban a otros soldados que estaban en la zona.

Antes de entrar al callejón miré hacia mi derecha y pude ver 2 camionetas en plena plaza, y cuando menos 8 individuos ahi parados al rededor de las mismas preparándose para defender su posición y alejar a los militares. Por fin nos resguardamos y empuñando su G3 colocando su mano izquierda sobre el barril y la culata debajo del hombro entre el brazo y el pecho, el soldado empezó a repeler el fuego disparando desde detrás de la esquina de concreto que usaba como protección. Podía ver todo en cámara lenta, la explosión generada por el martillo al impactar en el cartucho de la bala, se alargaba opacando el sonido metálico pero hueco que los casquillos hacían al caer, podía ver como después de cada disparo el rifle empujaba su hombro derecho hacia atrás mientras un casquillo volaba hacia su derecha cada vez que disparaba. La expresión en su cara era impresionante, los ojos abiertos, las pupilas contraídas, una tranquilidad extrema mientras accionaba su rifle de asalto.Al mismo tiempo 3 soldados avanzan en el lado derecho de la avenida hacia el callejón opuesto al nuestro. Uno se queda en la entrada de una tienda que está antes del callejón y los otros dos entraron al callejón, uno disparando desde la esquina y otro cubriendo la retaguardia.

El soldado se retrae dentro del callejón mientras sus compañeros disparan, da una bocanada de aire y empieza a recargar su arma. Oprime el botón de eyección con su mano izquierda, lo que hace caer al cartucho vacío al suelo, después de esto ya está acercando el cartucho nuevo que sacó de sus bolsas. Lo coloca en su receptáculo alimentador, lo golpea y empuja el martillo para dejar el rifle cargado y listo para volver al combate. Los tres soldados recargan sus armas cuando el que nos salvó regresa a su posición para seguir en el combate.

No obstante unos pasos antes de que se asomara por la columna, se oye que algo pesado golpeó el piso, se escuchó como una bola metálica, rellena pero no completamente por metal, algo similar a... una granada! El soldado parece no haberla visto hasta que sus compañeros le gritan, el se apresura a retraerse pero es demasiado tarde, la granada estalla antes de que pudiera cubrirse con la columna. El estallido sacude nuestro alrededor, provoca un vacío en nuestros oídos que nos deja sordos y nos hace caer al suelo por la perdida de balance.